‘BATC – Familia’: 10 – Frustrando que es gerundio

Party Line

Adiós a los amigos, a las charlas en el autobús camino del instituto, a las confidencias entre clase y clase, adiós a todo lo bueno que me había pasado en toda mi vida.

Mi padre no se molestó en buscar una solución apta para los dos. En ese tipo de soluciones sólo entraba su otro hijo, el de las drogas, el putero, el macho. Nadie preguntó por qué no estudiaba, por qué no hacía nada en clase. Nadie preguntó nada. Antes de darme cuenta estaba despidiéndome a las carreras de toda la clase y de mis amigos.

Sólo había una cosa de la que estaba realmente seguro: esto no iba a ser impedimento para seguir en contacto con mis amigos. Por primera vez estaba seguro de la gente que tenía cerca. Lo de “poner la mano en el fuego” por alguien me era fácil.

En veinticuatro horas todo había cambiado. Despertarme para ir a trabajar con mi padre. Un padre que sólo se dirigía a mí para decirme qué era lo que tenía que hacer. Ni siquiera trabajando en el mismo lugar tuvo los suficientes cojones de preguntarme por mi vida. Fue ahí donde comencé a tener las cosas más claras: mi padre no preguntaba por el mero hecho de negarse a escuchar lo evidente. “Ojos que no ven, corazón que no siente”; este es el refrán que describe al cien por cien de mi familia, incluyéndome a mí.

Este nuevo cambio sólo sirvió para que todo fuese a peor. Mis conductas adictivas hicieron acto de presencia, entrando por la puerta grande. Era la época en la que las “party lines” se pusieron de moda. Llamadas telefónicas a precio de oro en las que te comunicabas con diez personas a la vez. En esas llamadas hice una amiga con la que llegué a mantener contacto por carta durante más de un año. En esas cartas vomitaba toda la mierda que comía día tras día. Esto no significa que perdiese el contacto con mis amigos. Era sólo que ahora me tenía que conformar con los fines de semana para poder visitar a mi gente, siempre y cuando los estudios y sus padres se lo permitiesen a ellos, claro.

Llegó la primera factura de teléfono después de haber descubierto estas charlas en grupo. Esa factura vino acompañada de una bronca de las de película de terror y de un candado en el teléfono con el que no hubo más remedio que dejar de llamar a ningún sitio, amigos incluidos. Pero nadie me preguntó por qué. No podía entender que les importase todo tan poco.

Necesitaba encontrar algo, una afición, lo que fuese que me ayudase a salir de esa rutina que cada vez me acercaba más a la ventana por la que iba a acabar saltando. Tenía dieciséis años y no cabían más frustraciones dentro de mí.

‘Bear and the City’ – Síguelo desde el capítulo 1
Imagen – Bits & Pieces


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