Cómo una cosa tan tonta –en referencia a lo pequeña y no al insulto- como un piercing te hacía salir de un lugar con un ego que ni Dios. Pero… claro… nosotros habíamos hecho trampas y nos habíamos perforado la lengua con anestesia… y el efecto de la anestesia se pasa… y la lengua duele. Ahí se acabaron las risas. Esa noche salíamos de fiesta con cara de acabar de salir de picar en una mina con las uñas. Ni música, ni alcohol, ni nada. Eso dolía más que decirlo dos veces. Esa noche llegamos a pensar si no habría salido algo mal y nuestro amigo, el de los ojos cruzados, no nos hubiese atravesado la lengua con un serrucho.
Y los días pasaban… y la lengua dolía… y seguíamos con el acojone de si no habría salido algo mal. Para ti fue el último piercing –al menos siendo amigos-, pero para mí fue el primero de catorce. Yo tan compulsivo como siempre. Recuerdo a tu madre diciendo lo de “¡¿Otro?! Tú estás tonto” y a la mía lo de “Como se entere tu padre…” En pleno verano no podía pasearme sin camiseta por mi casa porque tenía los dos pezones perforados. Y lo malo no era el calor, lo malo era bajar las escaleras de casa con los pezones recién perforados y que los aros se pusieran a moverse. Acababa bajando las escaleras sujetándome las tetas con una pose de lo más imbécil.
‘Bear and the City’ – Síguelo desde el capítulo 1
Imagen – CDS