Siempre me llamó la atención eso de ver cómo toda esa gente que alardeaba de todo lo que tenían y lo que habían conseguido sin apenas esfuerzo, luego eran los más débiles y los que más problemas acarreaban. El que no tenía problemas con las drogas terminaba pegándole a la pareja –o apaleado por la misma, que de todo hay en la viña del Señor-.
Imaginad: chica de veintimuchos, guapa que cruje, con un puesto de trabajo que muchos quisieran y con un ritmo de vida que poco tenía que envidiarle a las de las series de la tele. Cualquiera podría decir que esa chica podría ser la reina absoluta del país. Pero no era así. Esta chica estaba enamorada de otro hombre que no era el suyo, cargaba con un alcoholismo -el cual intentaba cubrir con alguna raya que otra- que le estaba dando demasiados problemas tanto en el trabajo como en su casa y, para colmo de males, comenzaba a asumir que estaba perdiendo la cabeza. Una chica que, vista desde fuera habrá sido la envidia de más de una y que, vista de verdad, resultaba que estaba condenada al fracaso por culpa de ella misma.
Allí todos eran amigos de todos y amigas de todas, pero a la hora de la verdad eran más los ausentes que los presentes. Los amigos estaban sólo para pagarles copas y rayas. El resto no existía.
Parece que con esto esté diciendo que todo en esa ciudad fuese una absoluta mierda. Pero no, no es así. Sólo tuve que salir a esa misma ciudad sin el ala de aquel que fuese mi pareja. Sólo tenía que conocer la otra cara de esa ciudad. Ahí descubrí que también había “personas”.
‘Bear and the City’ – Síguelo desde el capítulo 1
Imagen – PPA