Vamos a resumir todo en pocas palabras. Desquiciado por familia y ex pareja, más caliente que el pico de una plancha por culpa de un hetero que no sabía donde tenía la mano derecha y sin un duro por culpa de la adicción a la coca y al éxtasis. Como era de esperar, esta «amistad tan fugaz» se terminaba después de derrochar el dinero como un imbécil, con unas broncas impresionantes porque a todos nos venía el arrepentimiento después de la resaca y no en el momento de estar gastándonos los cuartos en mierda y conmigo volviendo a casa, una vez más, en apenas dos meses.
Harto de trabajar para nada, harto de una madre cuyo único interés era ver destrucción en su entorno, lo único que se me ocurría hacer era encerrarme un par de días, o quizás un par de cientos, para intentar sacar algo positivo con lo cual motivarme y así no tirarme delante del primer camión que pasara por la carretera. Necesitaba sentarme a oscuras, sin un puto ruído que me hiciera saltar por nada. Quería calma, descansar, pensar y volver a arrancar de nuevo.
Esto no significa que mis tonteos con las drogas terminasen ahí, ni mucho menos. Aún tenía que tocar fondo. Y puedo asegurar que lo recién vivido no era ni muchísimo menos la mitad de patético que tendría todavía por vivir.