Bear and the City: 49 – Ese le ha gustado

Pero había que reconocerlo, la culpa fue de la dueña de la casa. ¿De verdad no se dio cuenta que clase de persona era este tío? Se ve que en esa zona la gente con buena voluntad eran una raza en abundancia. Ahora me tocaba esperar al fin de semana para poder ver a esta chica y contarle la buena nueva.

Esos días en el trabajo no hubo mucho movimiento. El frío estaba haciendo de las suyas y alguna que otra mañana nos habíamos despertado hasta con nieve. Así que pasaba la mayor parte del día en la oficina. Lo bueno de estar todo el día encerrado era que te podías quitar todo el trabajo pendiente en pocas horas y así pasar el resto del día vagueando en Internet.

Vivir fuera del armario era casi una obligación no sólo para mí, sino incluso para la gente que me rodeaba. Después de tanta historia superada, jamás entré a un trabajo en el que no supieran que era gay y si tenía o no pareja. Además, en esta oficina eran todo chicas, así que eran ellas mismas las que pedían entrar al chat de osos para ver fotos de gorditos caraduras posando como el más top de los modelos –y es que había fotos dignas de museo… y las siguen habiendo, sí-.

Y volvió a pasar. Apareció una foto que me hizo decir aquello de “uy, qué gracioso este”. Le envié un mensaje. Recuerdo la cara de una compañera, levantando una ceja y diciéndole a otra de las chicas, “Míralo, la cara que se la ha puesto. Ese le ha gustado”, para que luego, la otra pinchaglobos respondiera, “Ya, como todos”. Mientras las lobas me despellejaban yo recibí la respuesta de este chico nuevo. Respuesta positiva. Le gustaron mis fotos. Así que comenzamos a intercambiar mensajes muy a menudo. Como era de esperar, la atracción surgió por parte de los dos.

Pero antes de invitar a nadie a un piso compartido quise asegurarme de que no iba a tener problemas con los compañeros. Llegó el viernes y casi a última hora llegó la dueña de la casa. Me saludó y me preguntó por los primeros días en la casa. Le dije que todo bien, a excepción de que mi parte del dinero había desaparecido del lugar donde debería estar. No dudó un segundo en preguntar, “¿Ito?” Respondí con su misma velocidad, “O eso o tenemos un problema de fantasmas en casa”. Me dijo que no era la primera vez que lo hacía, pero que siempre lo acababa reponiendo. Me chocó bastante con la calma que lo tomó. Realmente era una chica que confiaba en todo el mundo. Le saqué el tema de este chico que había conocido. No le conté la verdad, que era un tío que no conocía de nada y que quizás apareciera con una sierra eléctrica. Le dije que era mi novio desde hacía ya unos meses. Me dijo que no había ningún problema y que, por favor, aunque no le importase, procurase no hacer “demasiado ruido” en la habitación, ya que su cama daba justo con mi dormitorio. Hice la promesa de no liarme a latigazos con nadie en mi dormitorio. Por unos segundos se creyó lo de los latigazos. Nunca entenderé por qué, cuando un gay habla de látigos, palizas y demás, la gente se acaba por pensar que es parte de nuestra rutina diaria.

Así que no había más problema. Era el momento de invitar a este chico a pasar un fin de semana en casa. No creo que hubiese problema alguno con el hecho de estar compartiendo piso con una chica que casi nunca estaba y un chico que mentía más que hablaba y que se comía las pastillas como si fuesen cereales sacados de su bolsa a puñados.


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