Bear and the City: 52 – Reporte de ruta nocturna

Como era de esperar Ito no pagó y se fue a tomar por culo. Lo bueno de todo esto fue que me quité de un plumazo a la influencia mayor en el tema de las drogas. Otra cosa buena fue la nueva compañera, o mejor dicho, compañeros, ya que su novio iba dentro del paquete. Ambos dos excepcionales, con un rollo medio hippie impresionante, siempre con las buenas energías y demás. La habitación de Ito pasó de ser una leonera a ser una mezcla de tetería con tienda de cartas de tarot y artículos de magia y brujería. Me encantó.

Lo malo de todo esto fue que todo mi rollo con el sonambulismo no iba a desaparecer así como así. El cable de mi cabeza ya estaba pisado y ahora necesitaba calma de manera urgente… y, claro, la calma en mi vida era uno de esos artículos de lujo que rara vez se podían comprar y disfrutar. No me gustaba mi vida. Verdaderamente la odiaba. Nadie tuvo que comerse una mala cara mía o una mala contestación, pero el tormento salía de paseo cada vez que yo cerraba una puerta para quedarme a solas en algún lugar.

Recuerdo que existieron las noches en las que llegué a rezar pidiendo no darme más paseos sonámbulo. Pero, como siempre, mi querido Dios seguía estando ocupado con sus colegas de botellón. Con lo mal que sienta que te interrumpan un botellón, ¿verdad? Así que seguí paseándome en pelotas por la casa cada noche. Por quien más lo sentí fue por la chica nueva y por su novio, ya que fueron ellos los que se llevaron más de un susto por las noches. Una noche le llegué a pedir –ya que muchas noches se quedaba estudiando- que se fijase cual era mi ruta habitual yendo sonámbulo, a ver si así sacaba alguna conclusión que me ayudase a romper esa puta costumbre. Y así hizo. Una mañana, antes de ir a trabajar, nos cruzamos en el baño y me dijo entre risas, “¿Quieres el reporte de tu ruta nocturna?” Asentí con la cabeza y media sonrisa. “Saliste de tu dormitorio. No decías nada. A veces vás murmurando algo, pero no se entiende. Viniste a nuestra puerta, intentaste abrirla, pero como no podías por el cerrojo te diste la vuelta y te volviste a tu cama.”

Así que no iba ni a la cocina, ni al salón, ni al baño, ni a la habitación vacía de la dueña. Sólo intentaba entrar cada noche en la única habitación donde había gente. Poder saber eso no me tranquilizó precisamente. Vale… parecía que había algo en mi cabeza que no terminaba de llevar bien tanto cambio y que todo terminase, aunque fuese por mi culpa, conmigo yendo y viniendo sólo sin saber adonde. Pero tampoco era cuestión de ponerse a llamar a puertas de extraños en plan Kalimero pidiendo abrazos y conversación, ¿no?


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