En el mundo tiene que haber de todo y, aunque de vez en cuando patalee, creo que me voy acostumbrando. Ya no saco la sierra eléctrica cuando me preguntan lo de «En tu pareja, ¿cual de los dos hace de mujer?», y lo del «qué dirán» lo voy dejando para las canciones.
Al igual que yo -y sobre todo teniendo en cuenta que soy el último nombre de una gran lista en la que brilla la gente paciente-, somos muchos y muchas los que nos vamos acostumbrando a lidiar cada día con ese sector de «casi humanos» que viven para la crítica destructiva y poco más.
Hablando el otro día sobre la suspensión del matrimonio homosexual en California, una compañera de ‘Actualidad Blog’, pasó a dejar un comentario con un enlace a un vídeo de carteles protesta. En estos carteles, como siempre, aparecían los típicos mensajes en los que se nos aconseja, si no arder en el infierno del pecado, al menos esconder la cabeza bajo tierra para que por fin dejemos de avergonzar al mundo. El motivo del comentario de Mónica era avisar del contenido cómico del vídeo. Y es que, han sido tantas las protestas anti-gay por todo el mundo, que parece que el colectivo haya optado por tomarlo en ocasiones a guasa -aunque muchas veces la rabia impere-, devolviendo la pelota a esos que no tienen otra cosa mejor que hacer en su vida, con carteles similares respondiendo con risas, «está de broma» y «estoy con un estúpido», o con otros con los que variar el significado al tan manido mensaje de siempre.
Y le digo yo a toda esa gente, ¿no os resulta aburrido? ¿Por qué no centráis en esas familias heterosexuales tan perfectas donde el marido machaca a palos su mujer provocándole la muerte? ¿No es más interesante la vida de ese que abusa de sus hijos? ¿O acaso hago tanto daño viviendo y casándome con la persona a la que quiero? Porque si resulta que hago daño con eso, estoy abierto a recibir mensajes haciéndomelo saber. De esa manera estaré preparado para decir bien alto lo de «¡Mirad el pajarito!».
