‘BATC – Familia’: 02 – Cuatro hermanos

Éramos cuatro hermanos –y somos, claro-, a cada cual más diferente. Mi hermana mayor era la niña estudiosa, con un comportamiento ejemplar tanto dentro como fuera de la casa. Un poco estirada para lo pequeña que era, eso sí, pero eso también era parte de su encanto.

Luego, mi hermano mayor, resultó ser el bombón de la familia. El típico niño de anuncio de pañales. No había vecina que no quisiera comérselo a besos –ya se lo podrían haber comido de verdad. Pena no haber sabido por aquel entonces todo lo que nos iba a traer-. Lo único malo era que estaba demasiado consentido por mi padre, de forma que el niño podía llegar a hartarte en menos que canta un gallo. El grado de preferencia de mi padre por “su niño” llegó en varios momentos a fuertes peleas de las que nos fuimos enterando pasados los años. Una de esas broncas fue cuando llegaron las fechas de las comuniones de mis hermanos mayores. Por aquella época no era que se nadase en la abundancia en mi familia, por lo que mi hermana tuvo todos los problemas del mundo para poder conseguir el vestido que ella quería para su comunión. Pero justo un año después, para la comunión de mi hermano, todo fueron consentimientos y abundancia. No hace falta explicar que mi madre puso el grito en el cielo, reclamando que tan hija era una como el otro.

Mí día a día por aquel entonces no era muy diferente a lo que es ahora. Un tanto introspectivo, siempre con la música acuestas y sin pecar de social, no me fueran a tomar por un cualquiera ya tan de pequeño. Fue entonces que me empezaran a conocer como “Gato”, ya que no solía reaccionar demasiado bien cuando algún familiar intentaba acariciarme la cabeza. Mi mal humor siempre fue mi seña de identidad.

Mi hermana pequeña era la muñeca de la casa. Pizpireta, bailona y siempre de risas, conseguía meterse en el bolsillo a todo el mundo. Un poco trasto cuando se despistaba, se dedicaba a vaciar todo cajón que estuviera al alcance de sus manitas. Una vez desmontado el chiringuito siempre avisaba con un “mamá, ya”.

Hasta mis seis años, recuerdo las fiestas que mi padre organizaba por cada cumpleaños o situación más o menos importante. Mi casa pasaba de ser “mi casa” a ser “el coño de la Bernarda”. A mi madre le quemaba mucho ver cómo la familia de mi padre se tomaba todas las confianzas del mundo cuando la suya apenas si movía un dedo. Aunque eso nunca fue un problema de los grandes, ya que mi madre, aun midiendo poco más del metro y medio, tenía una boca capaz de pulverizar montañas. Y claro… el espectáculo lo teníamos servido en cada celebración.

Fue a esa edad cuando nos mudamos a un barrio a las afueras de la ciudad. En ese barrio pasé lo que me quedaba de infancia, la adolescencia y los primeros meses de mi vida adulta. Guardo muy pocos buenos recuerdos de ese barrio y de su gente.

‘Bear and the City’ – Síguelo desde el capítulo 1


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