Cambiar de ciudad no es nada del otro mundo, sobre todo cuando tampoco has dejado mucho atrás. Mis amigos eran lo único que dejé y de ellos estaba seguro que estarían allí cuando volviera. En cambio, este primer novio no sabía ni siquiera en ese momento en qué lugar se encontraba en mi vida. El desconcierto era tal que preferí no prestarle atención hasta tener alguna noticia que me aclarase algo.
Otra cosa que me fastidió tener que dejar atrás eran mis clases de informática. Otra afición que podría haber llegado a buen puerto que se quedaba entre dos aguas sin ir a ningún lado. Tenía que encontrar como fuese algo en lo que dedicar el tiempo en esta nueva ciudad.
Allí cada uno iba a lo suyo. Mi padre con su trabajo, mi madre gritando mientras intentaba hacerse a la nueva casa, mi hermana mayor trabajando con mi padre, mi hermana pequeña llorando por su novio y por haber tenido que cambiar de instituto y yo pensando en las musarañas, con la mente casi en blanco y escuchando por vez número mil el mismo disco de siempre. Era la misma estupidez de siempre pero en un escenario nuevo.
Quise hablar con mi padre sobre las clases de informática. Le pregunté si podríamos buscar alguna academia en esa ciudad donde poder seguir con mis clases. Por un momento pensé que me vendría con las evasivas de siempre, pero no sólo me tuve que tragar mis pensamientos, sino que me encontré con la respuesta que jamás hubiera pensado que obtendría. Su idea era que fuese a las clases de siempre los viernes por la tarde. Estábamos a sólo dos horas de tren. Una vez allí podría ir a dormir a la casa de alguna de mis tías –hermanas de mi padre, con eso lo digo todo- y luego volver el domingo a mediodía.
‘Bear and the City’ – Síguelo desde el capítulo 1
Imagen – P.D.