¿Qué mejor que aprovechar uno de mis días de viajes para poner mi habitación patas arriba para ver qué se puede encontrar por allí? Era un chico sin amigos, sin vicios y casi sin vida. ¿Qué carajo esperaban encontrar? Efectivamente, mi madre pasó unas buenas horas recorriendo cada papel que aparecía en mis carpetas, mis cajas, cajones… todo. Allí encontró una carta de mi ex en la que se ponía guarrete recordando alguna tarde de pasión y proponiendo alguna más. También encontró amagos de diarios en los que escribía todo lo que le echaba de menos y todo lo que le quería. Una vez lo había leído todo, mi señora madre reaccionaba como la que ha encontrado las pruebas de que su hijo era un asesino en serie, gritando, llorando y llamando por teléfono a toda la familia para leerle palabra por palabra todo lo que había encontrado. Se lo leyó a mi hermana pequeña, a mi hermana mayor y a mi padre. Mi hermano, por aquel entonces, aún andaba tirando por la borda su primer matrimonio.
Ahora lo entendía todo. Lo único que me hizo sentir mal fue que encontrase la carta “con contenido explícito”. Pero no podía entender por qué unos “te quiero” podían producir tanta ira en una persona.
Mi padre continuó disparando: “No entiendo cómo no te mueres de la vergüenza. Cómo puedes decir que eres bisexual y quedarte tan tranquilo. Eres una basura. No te mereces la vida que llevas. No te mereces ni seguir viviendo”. Esas frases se quedarían para siempre en mi cabeza.
Lo único que me gustaba de ese momento era el saber que, al menos, había salido del armario. Pero ese buen momento terminaba en ese preciso instante. “Ahora, cuando llegues a casa, busca a tu madre y dile que lo que ha encontrado es una de tus mierdas que escribes y que es todo mentira. No vaya a ser que le de algo y se muera por tu culpa”.
Así que no sólo me había sacado del armario a patadas, sino que además me habían vuelto a meter a puñetazos e intentando asegurarse unas buenas cadenas con las que no volverlo a abrir en la vida.
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