‘BATC – Familia’: 34 – Mamita querida

Mamita querida (Mommie dearest)

En mi casa había una persona que destacaba aún más que yo y no era mi hermano. Sobre mi hermano había poco que contar. Se había divorciado de su primera mujer en las peores condiciones, consiguiendo dejarnos a toda la familia sin sobrinos ni nietos. Había conocido a otra chica a la cual también dejó embarazada. Optó por levantarle la mano, la chica se fue y de nuevo otra sobrina y nieta apuntada en la lista de los imposibles.

Aunque, como ya he dicho, esto no va sobre mi hermano. Mi madre siempre fue una de esas personas a las que había que echar de comer aparte. Sus neuras, manías y pataletas estaban siempre a la orden del día. Ver a mi madre en casa era como ver a un fantasma; siempre en camisón, hasta el culo de somníferos y ansiolíticos y gritando por absolutamente todo lo que le diera la gana, tuviera razón o no. Esa era mi madre.

Mi padre, por aquel entonces, pensando que ese pueblo en el que vivíamos podría ser un buen lugar para invertir, compró un apartamento de nueva construcción con la idea de alquilarlo los veranos. A mi madre se le llenaron los ojos de apartamento. En una de sus charlas con el psiquiatra le estuvo diciendo que se sentía ahogada y que necesitaba salir de casa durante un tiempo. Mi padre, por no entrar en peleas, preparó el apartamento para la sufridora en cuestión.

No recuerdo cuánto tiempo se fue, pero no fueron días, ni semanas. Toparse con mi madre por la calle era como ver a una persona totalmente diferente. Toda de punta en blanco, ya fuese lunes a las diez de la mañana. Pintada como una puerta, con la sonrisa bien puesta y riendo las gracias de todo el mundo que se acercaba a hablar con ella. Yo tenía bastante con mi vida de mierda, por lo que opté por no visitarla jamás.

Una vez me crucé con ella por la calle. Levantó el labio –ese gesto que tantos millones de veces he visto y que tanto asco me da-, puso su cara de importante y me dijo, “¿Qué pasa? ¿No vas a saludar a tu madre?” Me sonreí con la misma cara de asco que ella tenía puesta en ese momento y respondí, “¿Mi madre? Tú un eres mi madre. Mi madre es la que va todo el día en camisón, desarreglada, hecha un asco. La que va todo el día colocada a pastillas. ¿Tú, con todo ese maquillaje y tan arreglada, riéndote con todo el mundo? Tú no eres mi madre”. Me eché a un lado y seguí caminando sin prestar atención a lo que estuviera respondiendo. La siguiente vez que hablé con ella fue cuando volvió a casa, a su camisón, a sus pastillas y a sus malos modos de mierda.

‘Bear and the City’ – Síguelo desde el capítulo 1
Imagen – Guardia


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