‘BATC – Familia’: 03 – «Seño, que dice mi madre que es usted una…»

Bear and the City: Familia

Parece mentira que unos escasos siete kilómetros distancia marcaran la diferencia entre dos mundos completamente diferentes. Sé que puede sonar exagerado al máximo, pero es cierto. Y el grado de certeza es tal, que la única historia que puedo contar de mi año en 1º de EGB fue la vez que pequé de sincero con la profesora.

¿Alguien se acuerda de esos cuadernillos donde muchos de los que andamos en la franja de los treinta aprendíamos a escribir? Resultó que mi profesora nos sorprendió con un nuevo cuadernillo, al parecer antes de lo necesario. Un servidor se fue a su casa con el recado de la profesora y, claro, a mi madre no le terminó de hacer gracia lo tener que mover el culo. Mi madre estaba con una vecina actualizando su base de datos de chismes, por lo que, al escuchar mi recado, mi madre dijo, “¡Eah! Hay que ver con la hija la gran puta esta. Otra vez a recorrerme las librerías del centro buscando cuadernillos.” A ver qué niño o niña de cinco años no retiene al instante lo de “hija la gran puta”.

Al día siguiente, yo y mi cuadernillo entramos en la clase. Me acerqué a la profesora y le dije, “Seño, que dice mi madre que es usted una hija la gran puta.” Que no me pregunte nadie el por qué lo hice. Se ve que nunca fui un niño que se guardase las cosas que le pudieran quemar y lo de “hija la gran puta” fue un descubrimiento de lo más caliente para mí.

Mi profesora llamó de inmediato a mi casa. Respondió mi madre. “Hola, soy la profesora de Gato –vamos a seguir usando el apodo-. Perdóneme, de verdad, por lo que voy a decirle. Su hijo a llegado a la escuela esta mañana y lo primero que ha soltado es que usted dice que yo soy una hija de la gran puta.” Hoy en día daría mucho dinero por poder ver la cara de mi madre en ese momento. Mi pobre madre no dudó un instante en explicarle todo con pelos y señales, ya que supo perfectamente a qué momento se refería. Le explicó esa horrible costumbre de usar lo de “hija la gran puta” hasta para dar los buenos días y que todo venía al hecho de tener que ir al centro a buscar el cuadernillo de los cojones sin ganas ningunas y no porque pensase que la madre de mi maestra fuese ligerilla hasta el punto de cobrar.

Lo mejor de todo eso es que esta anécdota aún es motivo de sorna cuando aparecen caras nuevas en la familia. “El día que Gato le dijo a la profesora que su madre le había llamado hija la gran puta.”

Y de momentos como ese a, en pocos meses y a pocos kilómetros, cambiar todo como de la noche al día. Por muy colegio privado que fuese, la cantidad de orcos que compartían clase conmigo sólo parecían estar interesados en recordarme doscientas veces al día que andaba como una niña, hablaba como una niña, que como no me gustaba jugar a la pelota seguramente sería una niña… bla bla bla. Esas fueron las conversaciones que resonaban en mi clase desde los seis a los trece años. Dentro de ese grupo de machotes tuve que buscarme a “mis amigos”. Un grupo de chicos que sólo venían a mi casa los viernes por la tarde a ver películas. Era lo que tenía aquello de tener vídeo en casa.

No todo lo que hay para contar sobre mis nuevos compañeros de clase es negativo. Por feo que pueda sonar, siempre había gente a la que trataban peor. Me extrañaba que esa gente a la que puteaban más que a mí no quisieran ser amigos míos. Poco a poco me fui haciendo mi sitio y mi grupo de “casi amigos”.

‘Bear and the City’ – Síguelo desde el capítulo 1


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