Pero las ganas de vivir estaban primero. Después de acumular fracasos y esconderlos en mil sacos, ya tenía ganas de hacer lo que hacía todo el mundo: vivir mi vida. Veía como todo el mundo se marchaba de casa de sus padres y crecían como personas mientras yo, lo más interesante que había hecho, había sido salir del armario mientras hacía el servicio militar. Y con esto no digo que la vida con mis amigos no tuviese momentos geniales. Me refiero con esto a los momentos relevantes, a los momentos clave en mi vida. Mis amigos eran mi válvula de escape. Con ellos explotaba, explotábamos todos juntos. Pero era el momento de empezar con eso con lo que tantos años había soñado.
Ahora que me doy cuenta, el hecho de que todas mis pertenencias se limitasen a una maleta y una caja pequeña donde metí la videoconsola y los juegos, ya me marcaba una pequeña seña de lo que pintaba yo en esa nueva ciudad. No pintaba nada. O al menos no pintaba nada con la gente con la que me había ido, con mi pareja y sus amigos. Este sí fue uno de esos momentos que, de haber podido, lo hubiera cambiado por completo.
Llegar a una ciudad diferente, completamente diferente a la tuya, con veintipocos años, con la cabeza llena de ideas y buenas energías creo que eso le pone las pilas a cualquiera, ¿no? Lo malo venía cuando el otro cincuenta por ciento del proyecto no tenía tantas ganas de verme allí. ¿Tan difícil era decirme “no estoy preparado para que vivamos juntos todavía”? Aunque yo también pude no haberme hecho el ciego y haberle hecho caso a mi corazón cuando vi la cara de nada que se le puso cuando le dije “tengo trabajo, me vengo a vivir contigo”. Te tenía que haber hecho caso a ti. Y nunca te hice caso en nada.
‘Bear and the City’ – Síguelo desde el capítulo 1
Imagen – QH