Tanto renegar de mi madre y de lo vivido en mi casa durante la infancia y resultaba que estaba haciendo exactamente lo mismo. Hay que ser gilipollas, ¿verdad? Sin darme cuenta me había convertido en una versión peluda y más alta de mi madre y… creedme… eso no es bueno.
Lo único que mantenía de mí mismo en esta nueva etapa de mi vida era el nombre. El resto había cambiado todo. Y lo más jodido era que yo lo había permitido y casi aplaudido. Parece mentira que presumamos de raza superior cuando siempre acabamos haciendo lo que cualquier animal: imitar las acciones de los que nos han criado.
Además había llegado al extremo de no querer ver lo que realmente pasaba delante de mi cara. “Ojos que no ven, corazón que no siente”, no me puede dar más asco ese refrán. Sobre todo porque aún lo sigo usando en momentos de desesperación… y no debería ser así.
Pero ahí estaba yo. Riendo las gracias a gente a la cual no soportaba, organizando cenitas donde ni siquiera se pronunciaba mí nombre y ocupando todo momento libre en beber de manera compulsiva. Ese era el objetivo que busqué en mi vida durante años.
‘Bear and the City’ – Síguelo desde el capítulo 1
Imagen – Jezebel