Siempre he escuchado acerca de que no hay nada más duro que perder un hijo. En mi familia perdieron al primero cuando sólo tenía cinco meses. Esa muerte anunció una serie de cambios que a día de hoy aún siguen pesando.
El primer hijo, el que va a ayudarte con todo, el que va a estudiar las mejores carreras, el que se casará con la mujer más buena y que te dará los mejores nietos del mundo. Todos los planes se fueron a la basura en apenas 24 horas.
Los meses siguientes –tengamos en cuenta que todo esto son las historias que he ido escuchando a lo largo de los años- fueron sólo un pasar continuo de horas sin sentido en las que el marido se escudaba en el trabajo y la esposa en sus lamentos habituales. Pero así no se arreglaban las cosas, claro está. Había que llevar a cabo el dicho de “la mancha de la mora…” y de ahí salió mi hermana mayor. La familia volvió a tomar fuerza y se marcaron ese nacimiento como un nuevo comienzo.
Tanta velocidad habían tomado que no pasaba ni un año cuando mi madre volvía a quedar embarazada. Con una niña de apenas un año aparecía otro miembro nuevo en la familia. Esta vez otro chico. Aquí vino la muestra de que, no por ocultar los problemas detrás de una niña de un año, eso iba a significar que estuviera todo superado. Este segundo niño se llamó igual que el primero, el fallecido. Las palabras de mi padre fueron, “Este va a ser el que ocupe el lugar del primero.” El egoísmo arrasó con todo. Acababan de condicionar toda la vida de un niño que acababa de nacer hasta el punto de ponerle el mismo nombre. Ese era mi hermano mayor.
Comenzaron a pasar los años y todo apuntaba a que la familia quedaría en esos miembros. Pero como siempre pasa en la vida de cualquiera, las malas noticias llegan sin avisar. Mi abuela por parte de madre fallecía. Mi madre y su madre eran uña y carne, igual que con su padre. Una familia muy unida que ahora se veía rota por culpa de un cáncer. Mi madre caía en una depresión a la que acompañó a base de lamentos por la muerte de su primer hijo. Sé que es horrible que yo, como hijo, cuente las cosas así, pero han sido muchos años teniendo que escuchar los mismos lamentos durante toda mi existencia, como si no hubieran habido otros momentos en la vida que no fuesen los malos. Mi madre vivía a base de tranquilizantes y ansiolíticos –no sé de qué me sonará eso-, así que cinco años después del nacimiento de mi hermano mayor mi padre pensó que era hora de buscar otro hijo, así mi madre podría hacer algo más que vivir en sus lamentos y sus pastillas.
Pasaron varias semanas –creo que meses- hasta que mi madre se diera cuenta de que estaba embarazada. Según palabras de mi madre, estaba siempre tan mal y tan dormida con las pastillas que ni se enteró de cuando fue que se quedó embarazada. ¿A que suena horrible? Pues decídmelo a mí, ya que ese fui yo. Fui un tapón para el agujero de la depresión de mi madre. Aunque, bueno, al menos yo no tendría que sustituir a ningún hermano fallecido.
Dos años después apareció el último miembro de la familia, mi hermana pequeña. Con ella se cerraban todos los ir y venir de gente dentro de mi familia.
‘Bear and the City’ – Síguelo desde el capítulo 1