Haber tenido mi primera pareja homosexual siendo aun menor de edad fue otra de las dificultades a superar, más que nada porque él era mayor de edad, aunque sólo nos llevábamos tres años.
Los dos perseguidos por nuestras familias, que ya se estaban oliendo la tostada, él además con una relación heterosexual recién terminada, de lo único que pudimos disfrutar fue de cuatro veces contadas en lo que a sexo refería y de todos los problemas del mundo gracias a la presión de nuestras familias. La relación acabó no rota, sino destrozada. A él le endosaron de nuevo a su novia y yo tuve que pasar quizás el peor momento de mi vida.
Mi madre tenía la santa costumbre de registrar cada esquina de la casa con el único fin de descubrir quién sabe qué. En mi caso fue como Indiana Jones en la escena de la piedra gigante rodando tras él, solo que a mi madre la atropelló no una, sino siete u ocho veces. Había que ser muy retorcida para buscar entre las páginas de los comics, pero mi madre lo era. Allí encontró una carta en la que este chico y yo nos jurábamos amor eterno y, de paso, nos recordábamos -con todo lujo de detalles- todas las cosas que nos íbamos a hacer en nuestra siguiente cita. Sólo a mí se me ocurre guardar una carta así, sobre todo después de haber roto con él. Creo que ni siquiera me acordaba de esa carta. Mi madre no dejó un miembro de la familia a la que leerle la carta de principio a fin. Esa tarde pintaba de lo más dura.
Uff joder con la madre…….