He de aclarar que mi madre no está loca -al menos no ahora-. Su fallo fue ser insoportable hasta el punto de cansar a todo bicho viviente que tuviera a su alrededor. Su afán autodestructivo hizo que se consiguiera rodear de un auténtico grupo de amigas de mierda -a excepción de una, la pobre, la Pepito Grillo le llamaba yo-. El unico objetivo de mi madre era sacar de quicio a mi padre. Entonces, ella y su amiga, a la cual vamos a llamar «la chincheta» por motivos obvios, ocupaban las horas del día en ir a tocar los cojones a mi padre al restaurante que tenía a escasos diez minutos andando.
Semejante circo consiguió que acabara medio mudándome con unos compañeros de la oficina donde recién comenzaba a trabajar. Ellos también estaban compartiendo piso, por lo que sólo era un bulto más debajo de ese techo. Lo malo fue que a este piso no me acompañó el chico extranjero que vino conmigo, ya que él había encontrado un trabajo de media jornada cerca de la casa de mi madre, por lo que se tuvo que quedar con mi madre. No sé qué fue lo que pasó esa semana. Sólo sé que en siete días escasos, este chico ya no vivía en casa de mi madre, que me había desaparecido un buen pack de artículos electrónicos -véanse cámaras y similares- y que había dejado un descubierto de 40.000 pesetas de las de antes en partidos de fútbol del canal digital.
Aún y con esas mantengo que el cincuenta por ciento de la culpa de lo que fuese que ocurrió, seguro, la tenía mi madre. Pues no es nadie mi amiga.