Me resultaba gracioso quedar con esta gente a tomar algo un sábado. Llegabas a un lugar y te topabas con diez o quince tíos más grandes que carros de paja, algunos ya con unos añitos, y todos hablándose entre ellos llamándose por el nick de internet en vez de por el nombre real. Parecíamos los X-Men, solo que gordos, maricas y más guapos, por supuesto.
Con uno de ellos llegué a tener una buena amistad. Jamás tuvimos sexo entre nosotros y no porque yo no lo intentara. Con esto no digo que servidor sea un psicópata del sexo y tenga que cepillarme a todo bicho viviente. Es sólo que, estando de juerga, ¿quién no se pone tontorrón con la segunda copa? Este chico y yo habíamos dormido juntos varias veces y, claro, el cuerpo reacciona al roce. Qué le vamos a hacer. Pero no, nunca hicimos nada.
Este chico era un tanto problemático a la hora de ligar. Cada vez que se le acercaba un tío guapo con intención de invitarle a una copa, este se ponía nervioso y actuaba como si le hubiesen puesto una pistola en la nuca. Entonces me tocaba entrar a mí e intentar facilitarle al pobre extraño el camino de acceso a mi amigo. ¿Cual era problema aquí? Pues que, tanto intermediar entre uno y otro, al final el extraño se acababa por fijar en mí en vez de en mi amigo. Ya la habíamos cagado del todo. Menos mal que las cosas nunca terminaban ahí. Y es que mi amigo no era persona de soluciones fáciles y amistosas, no. En el momento que veía que el extraño se disponía a besarme, mi querido amigo hacía su entrada triunfal y me metía la lengua hasta el punto de llegar a paladear lo que por mi estómago se estuviera paseando. Obviamente, el extraño se daba la vuelta y se iba. Una vez sacaba mi amigo el metro y medio de lengua, se excusaba diciendo, «Se había fijado en mí primero».
La primera parte del post hijo parece que estes hablando de mi jejejeje