Una vez de vuelta en casa, no sé por qué, pero me dio por pensar que todo iba a quedar en esa noche de sábado, por lo que no me molesté en volver a llamarle. ¿Qué conseguí con eso? Parecer que me estaba haciendo el duro y gustarle todavía más al vikingo. -Amantes de llamar a vuestros ligues de una noche a las seis horas de haber salido de sus camas. Si de verdad queréis algo con ellos, no los llaméis… nunca. Os llamarán ellos. Y si no lo hacen, siempre podréis aprovechar dignamente ese tiempo de ventaja para buscar a otro tío, bobas.-
Sólo una frase: «¿Te vienes a dormir esta noche?» Ese fue el comienzo de dos meses en los que pasé todos los fines de semana en la casa del vikingo, haciendo uso de nuestra química y escuchando sus mil y una historias en las que se repetía su coletilla de siempre, «nos conocimos follando», unas dos mil doscientas veces a la hora.
De repente una tarde todo eran malas caras y nerviosismo. Yo siempre he pecado de preguntón, así que no tardé ni un minuto en intentar saber qué era lo que estaba pasando. Me dijo que no pasaba nada, que nos íbamos a dar un paseo, que no había tenido un buen día en el trabajo. Nos fuimos a un lugar tranquilo y allí siguieron sus aventuras de «nos conocimos follando», pero con un tono más serio.
En una de esas aventuras sexuales se comenzó a poner más y más serio. Me contó acerca de un accidente y un condón roto. Después de dos meses de relaciones sexuales me confesó que era seropositivo.
Hostia…
¡Sorpresón del 15! ¡La madre que parió al vikingo!
Ops!!!!!