Esa misma semana se encendió una lucecita. Me dijeron de ir a visitar a otro de los osos del grupo. Este era uno de los que vino de visita no hacía demasiados meses, justo cuando conocí al novio del jovencito. Qué decir de este hombre. ¿Sabéis de esas personas que son buenas por naturaleza? Pues así.
Después de un rato hablando sobre el trabajo, y teniendo en cuenta que no había día que no me perdiera conduciendo por no conocer la ciudad, este hombre me ofreció su casa para pasar lo que quedaba de semana, ya que él vivía muy cerca de donde yo estaba trabajando. El jovencito vio el cielo abierto y apoyó la idea de momento. El cambio su novio no tuvo la misma reacción. Sonrió sólo con la mitad de la boca y me dijo que “hiciera lo que quisiera”. Me quedé.
Llegados a este punto todo debería haber ido como la seda, pero no fue así. Había algo dentro de mí que ya no funcionaba. Mi grado de saturación había llegado a un punto que yo mismo sentía como peligroso. Algo se aproximaba y no era bueno.
Esos primeros días se acabaron convirtiendo en otro cambio más de residencia. Mi “amistad especial” con esta pareja finalizaba ahí. Puede que esa fuese la única acción inteligente de ese año entero. Al desaparecer de la cama de esta pareja, ambos de relajaron, sobre todo el jovencito, y de nuevo pudimos volver a tener una relación cordial en la que nunca más se volvió a sacar el tema de la cama.
De todos modos, pasar por tres casas en menos de tres semanas es algo que no le recomiendo a nadie. De nuevo a empezar, pues siempre que cambies de techo te va a tocar empezar con todo, lo creas o no.
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Una buena decisión en el momento indicado! Ahora a ver que tal la New Life…