Bear and the City: 45 – De camino al infierno

Antes de irme tenía que hacer algo, quería irme de fiesta, a desparramar como hacía mucho que no había hecho. Estaba harto de hombres, de medios hombres, de quejas, de verme en el espejo con mala cara, de mi buena cara falsa de todos los días. Me voy de fiesta… me voy… ¡ME VOY! Agarré uno de los vehículos de la empresa sin que nadie se diera cuenta y me fui.

Sólo dos horas de camino y ya estaba en la ciudad que tantas noches de exceso me había hecho gastar –iba a decir “que tantas noches de exceso me había regalado”, pero sería una soberana gilipollez-. Fui donde siempre a pillar el gramo. Ahora sólo tenía que esperar a que abriesen todos los bares y empezar el tour. Alguien aparecería que me conociera y me acompañase. Y si no, ya se encargaría la coca de que me aparecieran amigos por todos lados. Dicho y hecho. Dos estudiantes de otra ciudad que estaban compartiendo piso, ambos heterosexuales. De estos dos sí que no me acuerdo de sus nombres. Las lagunas, como siempre. Estos chicos se dieron cuenta que yo llevaba coca encima y me preguntaron sobre dónde podían ir a comprar. Les dije que si tenían coche yo les podía llevar. Les llevé y compraron. Me preguntaron si quería ir con ellos y les dije que sí, que estaba sólo ese fin de semana. Preguntaron si tenía novia y les dije que no, que era gay. Aquí vinieron las típicas caras de desconcierto y sonrisas producidas por la sorpresa y el exceso de alcohol y cocaína. “Tío, pues no se te nota nada”, dijo uno de ellos. Fui en busca de la respuesta fácil, “Es que me he dejado el cartelón de ‘MARICÓN’ en casa”. El coche se inundó de risas.

Las botellas de whisky y la coca fueron la compañía de esa de noche para nosotros tres. En la casa de estos chicos, puestos hasta las trancas y contando aventuras que nos habían pasado a cada uno, las horas pasaron a una velocidad de vértigo. Perdí por completo la noción del tiempo, pero me daba igual, estaba la mar de a gusto. No sé cuanta cocaína compró esta gente, pero eso no se acababa nunca. Debían ser niños bien. Además los dos vivían en un pisazo enorme y equipado a la última. Así que no había lugar para muchas dudas.

Yo entré a esa casa siendo de noche y cuando salí también era de noche, así que pude suponer que la madrugada del viernes y todo el puto sábado me lo había comido en rallas y whisky. Pero claro, el efecto de la coca se acaba pasando… pero no el del alcohol. Iba camino de la zona de bares cuando perdí la cabeza por completo. Los recuerdos en esta parte son borrosos y escasos. Recuerdo estar en la puerta de uno de los clubes de moda por aquel entonces, en la puerta había una drag que yo conocía de otro club, entonces no tenía que esperar cola ninguna para entrar, ya que las colas allí eran kilométricas. Unos chicos se me acercaron con caras de perritos mojados preguntándome si podían entrar conmigo, que estaban hartos de esperar. Les expliqué que no dependía de mí. Le hice una seña a la drag y me guiñó un ojo e hizo un gesto con la mano para que entrásemos todos en el club. Dentro del club sólo me recuerdo bailando. El siguiente recuerdo soy yo intentando llamar por teléfono casi a las siete de la mañana a mi amigo el de “…pero esta vez es de verdad.” Yo apenas era capaz de articular palabra. Demasiada noche y demasiado whisky post-coca. Estaba a un solo paso de caerme al suelo. Mi amigo vino y me llevó a la estación de autobuses. No hacía falta alguna explicarle lo que me pasaba, era obvio. Cuando llegó mi autobús se dio la vuelta y se fue. Esa fue la última vez que vi a este amigo. Lo último que supe de él fue que iba diciendo a todo el mundo que tuviesen cuidado conmigo, que yo no era de fiar.

Cerca de allí tenía a un amigo que trabajaba en un hotel y a esa hora siempre estaba él sólo. Cuando llegué y me vio no hizo falta ninguna seña. Me pasó una de las llaves sin que nadie se diera cuenta y me fui a dormir.


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