Bear and the City: 47 – Más caras nuevas

Casi prefiero una buena resaca que el cargo de conciencia. La resaca te la quitas con ibuprofeno, pero el cargo de conciencia no hay alcohol ni droga que te lo quite. Os puedo asegurar que, a día de hoy, no he vuelto a pisar esa ciudad por vergüenza. Poco a poco voy retomando el contacto con alguna gente de allí, pero de verdad que me cuesta horrores.

De nuevo lunes y de nuevo a retomar los asuntos serios. Tenía que buscar un lugar donde vivir y encontrarlo ya. Fue un tema que se resolvió rápido. Apareció un piso en pleno centro donde vivía una chica, estudiante, que compartía para poder pagar todos los gastos. Conmigo seríamos tres. Ella, otro chico más y yo. El precio de la habitación estaba bien, el piso estaba mejor y ella era la típica chica de aspecto bonachón con la que siempre acabas teniendo confianza a los cinco minutos de conocerla. En ese mismo momento llegó el otro chico. Alto, muy delgado y con una cara que no me terminaba de gustar, no sé porqué… aunque lo sabría unas horas más tardes. Esta chica me dijo que, si quería, me podía mudar esa misma tarde. Le pregunté por el compañero, qué tal era. Me dijo que era un tío normal, que de vez en cuando se escaqueaba de pagar, pero al final, y con un poco de presión, acababa pagando. Mi primera impresión no era del todo equivocada.

Fui a recoger mis cosas a casa de este hombre. Él estaba muy serio y con razón. Creo que le hice envejecer yo más en estas semanas que en todos sus años juntos, que no eran muchos, por cierto. Él estaba cansado de mis historias y de haberse visto envuelto en un montón de mierdas que no tenían nada que ver con su vida. Su buena voluntad y mi egoísmo sólo sirvieron para verle por penúltima vez con una cara que le llegaba hasta el suelo… y con razón. Algunas de mis cosas quedaron en su casa, ya que mi nueva habitación era minúscula. Dijo que no le importaba guardármelas, que no le molestaban. Le di un abrazo, le di las gracias y me fui.

Estaba llegando a mi nueva casa cuando vi bajar a mi nuevo compañero de piso. Se acercó y me saludó. Le pregunté que donde iba. Me respondió,“Voy a casa de un amigo, que le voy a pillar unas pastillas.” ¡Dios, dime que es una broma y que no me he ido a meter en la boca del lobo, por favor! “Este colega tiene unas pastillas buenísimas. ¿Quieres que te traiga para ti también?” Mi respuesta fueron dos palabras y no fueron “No, gracias” precisamente. “Tráeme dos.”


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      Kamaji dijo

    Nene ¿me recuerdas que te de una colleja cuando nos veamos? 🙂