Bear and the City: 54 – Todos los éxitos

La respuesta era más que obvia: sí. Su planteamiento era real por donde quiera que se mirase. Pero esta vez había que hacer bien las cosas. Nada de pegar la carrera a la casa, mal guardar todo y salir pitando. Avisé en el trabajo de que mi marcha era inminente. Aproveché también para saludar al hombre con el que viví meses atrás y le dije que pasaría a recoger las cosas mías que él me había estado guardando.

Los días pasaron volando. Mi chico llegó, recogimos todo, nos despedimos de este hombre tras ir a por las últimas cosas, nos deseó todo el bien y partimos rumbo hacia la nueva vida. Yendo de camino me explicó su plan. Esa noche la pasaría yo sólo en casa de una amiga suya que le había dejado su casa. Al día siguiente buscaríamos algún piso compartido y asunto resuelto. El tema del trabajo ya lo habíamos visto días atrás, así que iba con entrevista concertada. Sólo había una parte que no me gustaba. ¿Mi primera noche en mi nueva ciudad la iba a pasar sólo en casa de una desconocida? Pues sí. Resultaba que este chico no había salido del armario en su casa. Ese fue un punto que me hubiera gustado saber antes. Pero bueno, me pillaba a varios cientos de kilómetros como para arrepentirme. Ya que había dado este paso, sólo me faltaba armarme de valor y seguir luchando por algo que sentía merecía la pena.

Fue realmente decepcionante pasar esa primera noche sólo mirando a un techo que no conocía, en una ciudad que no conocía y donde iba a “vivir” con alguien que no había salido del armario. Este chico no entendía mi razonamiento acerca de que, después de haber pasado con mi familia mil y una historias por el hecho de ser homosexual, realmente me jodía tener que dar un paso atrás, ya que para mí, una relación así, donde tocaba esconderse según en qué sitio, eso era dar un paso atrás.

De todas formas había mejores cosas de las que preocuparse, como eran por ejemplo la casa y el trabajo. Esa mañana pude obtener todos los éxitos del mundo. De haberlo sabido creo que hubiera jugado hasta a la lotería. En apenas treinta minutos de entrevista salí con trabajo nuevo. Encontramos un piso compartido en una sola llamada y en menos de dos horas estábamos viéndolo y conociendo a la gente que allí vivía. Me quise adelantar no preguntando a mi chico si podíamos decir o no que éramos pareja. Lo hice. “Este chico y yo somos pareja. ¿Hay algún problema?” Uno de ellos contestó, “Este y yo somos de Cádiz. ¿Hay algún problema?” Touché. Gente joven de mente abierta. Me quedé mirando a mi chico y vi la reacción de su cara. Su gesto se relajó. Parecía que este pequeño avance en su “vida gay” le había gustado. Quizás esto serviría para que aflojase un poco la cuerda y se abriese con su familia. De todos modos esa era una decisión suya. No era la hora de comer y teníamos todo resuelto. Eso tenía que ser una señal.

Durante esos primeros días estuve conociendo a la gente de mi chico, a sus amigos, su familia. Sus amigos sabían de su homosexualidad, por lo que la libertad era total. Sus padres me conocieron como a un amigo más. Aunque resultaba bastante gracioso cómo alguien dentro del armario se dedicaba a llamarme “cariño” delante de sus padres. Su madre lo sabía y procuró hacerme cada visita lo más cómoda posible. Su padre… bueno… un ser poco agradable del que mejor ni hablar por motivos personales en los que ni pincho ni corto. Luego había otro sector de la familia que directamente le preguntaba, incluso delante de mí, de manera jocosa. Ese era un primo suyo un poco más joven que nosotros. Buen chaval, pero un poco sobrado. Yo no tenía ningún problema en hacerle sentir incómodo echándole el brazo por encima y arrimarme a su oreja para preguntarle, “¿Es que tienes curiosidad? Pregúntame a mí, hombre, que no muerdo casi nunca.” A mi chico no le gustaba nada que hiciera esas cosas, pero es que había comportamientos con los que no podía… y ese era uno de ellos.


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