De todos modos no podía estar yo más ciego. Mi dependencia era tal que cualquier buena contestación, cualquier momento juntos, lo que fuese, me servía para sentir que ya le había recuperado. Desde que me levantaba por la mañana, mi único pensamiento era en pasar el día lo más rápido posible para que pudiésemos estar nuevamente solos en casa y volver a dormir juntos.
Pero claro, yo no contaba con los fines de semana. Putos fines de semana. Sólo dos días que podían parecer dos años enteros… y bisiestos. Yo no entraba dentro de sus fines de semana y lo peor es que jamás me había parado a pensar en ese pequeño detalle. Claro… que también llevaba sin pensar en nada coherente unos pocos meses.
El estrés volvió a sorprenderme nuevamente, aunque esta vez estando despierto. Menos mal. De repente salía a la calle y sentía como si mil agujas aterrizaran en mi espalda sin venir a cuento. Una vez entraba dentro de algún lugar cerrado, las agujas desaparecían. Aun siendo yo de lo más anti-médicos, esa sensación me había conseguido asustar lo suficiente como para no tardar ni dos días en visitar a uno. Resultó que había desarrollado una alergia al sol. Casualidad que fuese verano, ¿no? ¡Jódete sin playa! El médico me recetó una crema, la cual había que ponerme con la habitación casi a oscuras para que no me diera el sol. No le quise preguntar el porqué. Aproveché de paso para pedirle algo para facilitarme el dormir por las noches. Un gran error por mi parte teniendo en cuenta mis conductas adictivas habituales.
Así que el verano se desarrolló con una más que estúpida alergia al sol, viviendo en casa de un ex que pasaba de mí como de comer mierda y con unos fines de semana sólo en casa en los que ocupaba el tiempo adobando pastillas para dormir con alcohol.
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