OPINIÓN: Exclusivo para gays (I)

Bares, librerías, saunas, discotecas, playas, barrios… todo para gays. Lugares donde no importa qué eres o qué te gusta, donde un beso o una palmada en el culo de tu pareja no está mal visto. Una zona donde montarte tu propio ‘Sexo en Nueva York’ no es imposible, siempre que puedas pagártelo, claro. Aquí nada es pecado. Entiéndase por pecado el amor o la atracción sexual hacia una persona de tu mismo sexo, demostraciones de afecto o incluso ese puntito de lujuria permitida que a diario tenemos que soportar en las puertas de nuestras casas con el hijo quinceañero de tu vecina, esa que tanto chilla, y la choni insoportable que se ha echado por novia.

Mucho tiempo, muchas penas y mucho dinero han costado ir consiguiendo todos estos trocitos de casi paz y libertad donde no sólo poder vivir, sino también mostrar al entorno, a los demás, a los que señalan con el dedo y asumen que defecamos heces con forma de pene lo idéntico de nuestras rutinas. Todos nos levantamos por la mañanas, desayunamos, algunos privilegiados trabajan –cada vez menos-, vuelven a mediodía para comer –o no-, regresan al trabajo –o tampoco-, de nuevo a casa, a cenar y a dormir. Hoy día se puede disfrutar en muchos lugares de esa preciada integración social. ¿Pero qué pasa cuando es el propio homosexual quien cierra la puerta de entrada y dice “tú no puedes pasar”?


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