“Esto es lo que hay. Si te gusta, bien. Si no te gusta, ahí tienes la puerta.” Fin. Sé que recurrir desde el primer momento a la tolerancia no estaría exento ni mucho menos de más de un problema con algún orco descerebrado con la brillante idea de ir a orinar al cuarto oscuro en vez de al baño. Pero bueno… riesgos necesarios a fin de cuentas, ¿no? Somos humanos y nuestro modo de aprendizaje principal siempre ha sido el tropiezo. Hoy ya no metemos los dedos en los enchufes por gusto, ni nos metemos la comida hirviendo en la boca sin soplar –salvo excepciones-. No creo que resulte muy difícil enseñar a un heterosexual lo que puede encontrar en el interior de un cuarto oscuro para que decida él mismo si entrar o no.
¿Conseguiré algo con esto? Supongo que poco más que fantasear y punto. Por desgracia no nos queda otra que reconocer que somos adictos a estos diálogos de besugos en los que llorar como niños por algo para luego hacer lo mismo o peor. A estas alturas de la película ya tengo más que aceptado que jamás nos miraremos el ombligo para nada que no sea nuestra propia conveniencia. Seguiremos representando nuestro propio “A Dios pongo por testigo…” para terminar cagándonos en nuestros propios principios por algo con el triste valor de un mal polvo.
Totalmente de acuerdo contigo!
Muchas gracias por pasarte, Alberto. 😉