Bear and the City: 24 – Cibercelos

Lo que yo no sabía era que semejante hombretón tenía todas las dudas del mundo y parte de las de su segunda vida -en el caso de tenerla, claro-. Eso no eran celos, no… lo suyo ya era pura inquisición. No me pegó fuego en plan bruja porque no vivíamos cerca. Por cierto… que aún ni siquiera nos habíamos visto en persona, hecho que hacía de esta relación algo incluso cómico.

Uno de sus momentos estrellas fue el siguiente: -Palabras textuales- «Conecta la webcam. Enfoca al monitor. Abre el messenger. Enséñame tus contactos. Bórralos a todos y déjame sólo a mí». Y se quedó tan a gusto, oiga. Menos mal que lo suyo no era precisamente la informática, por lo que no fue ni tan siquiera difícil pegarle la vuelta. Ahora que lo pienso, olvidé preguntarle si quería que saliese a la calle con burka también.

Todos esos prontos celosos terminaban en unas broncas monumentales y con el caballero desapareciendo de la red durante un par de días o tres. Al principio lo pasaba mal. Luego optaba por salir de fiesta dejándole mensajes en el IRC del palo de «¿No apareces? Que te den por el culo… pero mal, so pringado».

¿A que si dijera ahora que, después de todo eso, un servidor se cruzó España de punta a cabo para ir a conocer a su amor destructivo, sería digno de recibir collejas a dos manos? Pues váyanse poniendo en fila… porque así hice.


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      Oscar dijo

    Yo no te doy ninguna porque a mi tambien me tendrias que dar unas cuantas, jejejeje