‘BATC – Familia’: 15 – Entre madres y amigas

¿Qué fue de Baby Jane?

Ahora que me paro a pensarlo, no entiendo por qué tardé tanto en contarles a mis amigos que había empezado una relación. Supongo que sería por el tema de la edad, o por esa estúpida costumbre de “no contar nada para que no se fastidie”. Ese pensamiento ha sido una cruz –y lo sigue siendo- durante todos estos años. Creo que no hay superstición más tonta y, aún y con esas, la sigo llevando a cabo.

De todos modos estaba demasiado ocupado disfrutando del primer amor, aunque este no estuviera exento de problemas. Las llamadas de teléfono estaban totalmente prohibidas. Por aquel entonces tampoco existían los teléfonos móviles ni Internet, así que tampoco había posibilidad de mensajearse con nadie de forma privada. Lo peor era que, aunque existiese el correo de toda la vida, esa posibilidad estaba tan censurada como las llamadas de teléfono. Y es que, al igual que el teléfono lo controlaba la madre, el buzón también estaba vigilado como si de oro se tratase. Ahora me río de pensar en esos métodos estúpidos de muchos padres, pretendiendo curar la homosexualidad escondiendo a sus hijos en cajas de zapatos, culpando siempre al entorno de “contagioso”. Resultaba que yo no era la primera pareja que había tenido mi ahora novio. Su anterior pareja sí fue el primero y a este chico sí lo metió en su casa y lo presentó a su familia, como si de otro amigo se tratase. Pero la policía no es tonta y no hacía falta ser un lince para darse cuenta que entre esos dos chicos había algo más. Ahí comenzaron las prohibiciones en su casa. Tal fue la presión de su madre que la historia terminó rota.

El no haber mezclado a mis amigos en esta historia sirvió para asomar la patita en el grupo de los suyos. Tenía dos amigas de las consideradas “inseparables”. Casualmente una era su ex novia y la otra era una chica que vivía loca por sus huesos. ¿A que es para cagarse? Ninguna de las dos sabía que su amigo era homosexual, por lo que mi llegada provocó reacciones de lo más curiosas. Mi pregunta en ese momento era, si nadie sabía que su amigo era gay, ¿por qué me recibían con la boca torcida y con cara de estar oliendo mierda? El único en no darse cuenta que ninguna de las dos chicas gustaba lo más mínimo de mí era mi novio. Ahí fue que entendiera el gran ejercicio de ceguera que él mismo había creado en su vida. “Si yo no lo veo, no lo ve nadie”. No se podía estar más equivocado.

Pero sólo era con una de las chicas que tuviésemos un contacto más seguido. Obviamente no era con su ex novia. A esta otra chica intenté ganármela. Más o menos lo conseguí, pero no fue fácil. Digo “más o menos” porque tuve que recurrir a lo saltarme las reglas, al menos al cincuenta por ciento. Una de las tardes me quedé a solas con esta chica. Teníamos que esperar a que mi novio volviese de una clase, por lo que aproveché para sincerarme con ella. Empezamos hablando sobre las familias y de cómo nos llevábamos con nuestros respectivos padres. No le dejé hablar primera. Comencé disparando yo. El tema era el obvio: mi homosexualidad y lo mal que se llevaba ese tema en mi casa. La cara de esta chica se iluminó por completo. Sonrió de manera cínica y preguntó: “Ah, ¿si?” Algo había pasado por su cabeza y, obviamente, no sólo tenía que ver conmigo.

‘Bear and the City’ – Síguelo desde el capítulo 1
Imagen – Matt trailer


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