Pero me faltaba el piercing definitivo. Sólo me faltaba ese piercing número catorce. Esa tarde no fui con nadie a hacerme el piercing. Como siempre la clínica estaba a rebosar de poligoneras peinadas de nochevieja a las cinco de la tarde, quinceañeras que había convencido a su madre para que se hicieran el piercing del ombligo sin permiso del padre y tatuados marcaditos con el cortecito de pelo a lo Flint de ‘The Prodigy’.
En esa clínica siempre ocurría una cosa. Los que iban por primera vez acababan confundidos por una mezcla de terror y ganas de piercing que siempre provocaban verborrea incontrolable. Casi parecía una charla trasnochada con un camello: “¿Cuántos llevas? ¿Te los has hecho muy seguido? ¿Y duele? Para mí es la primera vez. ¿Y cual te vas a hacer ahora?”
Hablar sobre un piercing en la lengua, o en el pezón, no provocaba ninguna reacción alarmante en nadie. Pero cuando dices que te vas a perforar el glande corres el riesgo de que el informado acabe cual megáfono preguntando, “¿¡¿En el capullo?!?” y que la gente de alrededor se de también por informada sin tú quererlo y que se tapen la boca como si hubieses hablado sobre sexo anal con tu madre.
‘Bear and the City’ – Síguelo desde el capítulo 1
Imagen – LPDAN
esta locooooo !!!!!!!!!!!!