¿Pudo ser que nos conociéramos en el año 93? No soy bueno con las fechas –en realidad doy vergüenza con las fechas-, pero en este caso recuerdo que andaba intentando darle vida al grupo de música. ¡Qué años aquellos, por favor! Uno de mis teclistas se había enamorado de una amiga tuya. Él y ella hablaron de “sus amigos gays” y nos presentaron. Fue en un parque. Tu amiga pasaba de mi amigo como de la mierda. Luego pasó un montón de tiempo hasta que volvimos a vernos y, de repente, nos habíamos vuelto inseparables. Vamos, que ni el punto y la i se llevaban mejor que nosotros.
Por aquel entonces aún no me había sacado el carné de conducir. Me dejaba una pasta en taxis y autobuses todos los fines de semana. Menos mal que las juergas nos salían rentables, ya que nos invitaban en casi todos los bares. Era lo que tenía eso de salir en un grupo de más de diez personas. Bar al que ibas, bar que llenabas y dueño que invitaba a ronda de chupitos. Además hacíamos bastante escándalo. Cuando no cantábamos desgañitados, nos poníamos a bailar encima de cualquier base que pudiera con nosotros, ya fuesen sillas, mesas, altavoces… lo que fuera.
La verdad es que añoro muchísimo a todo ese grupo de amigos. Éramos mil y uno y no sobrábamos ninguno. Cada uno con sus historias y sus histerias, pero a una hora u otra, terminábamos siempre juntos casi amaneciendo. Heteros, gays, lesbianas, indecisos, frikis, madres… un rejunte de gente que bien merecíamos que la gente nos mirase por calle. Y la verdad es que nos miraban.
Si hay un momento que maldigo ese fue en el que decidí irme a Madrid. No hubo decisión en mi vida más errónea que esa. Perder el contacto contigo y cambiar tanto como cambié –como cambiamos, porque cambiamos todos-. Pero, por ahora, prefiero hacer memoria de los buenos momentos. Ya habrá tiempo para los malos.
‘Bear and the City’ – Síguelo desde el capítulo 1
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