Los ojos se le abrieron como platos. Comenzó a mirarnos al cuñado a mí, simulando atención pero sin gesto alguno. No le gustó nada la idea. Yo ponía esa cara cuando se me jodía algo. Lo que más le molestaba era todo el subidón que yo tenía, se le notaba a kilómetro. No se movió. Estaba intentando pensar pero no podía. Si hubiera podido se hubiera tirado por la ventana, pero su hermana vivía en una planta baja monísima con ventanas a un metro escaso del suelo, por lo que tuvo que salir del aprieto con palabras: “Vale. Vente.”
La verdad es que todo fue culpa mía. Yo sabía que él no quería que me fuese a vivir con él. Lo vimos todos los que estábamos sentados en esa mesa. Por esa fecha llevábamos en torno a los ocho meses viéndonos casi todos los fines de semana. Él estaba de puta madre, y es que era yo el que había viajado el 98% de las veces. Pisó mi ciudad y vio a mis amigos dos veces y una fue el último día que estuve allí.
Encima fue mi puta culpa por haber cedido al autoengaño. De nuevo intentaba demostrar al mundo –y a mi familia- que yo podía vivir igual o mejor que ellos sin la necesidad de que nadie cuidara de mí. Siempre dependiendo de la opinión de otros. Era normal que te preocuparas por mí. Fuiste el único que de verdad supo lo que había pasado. Él no quería que me fuese y nadie sabe por qué dijo que sí. Quizás también estaba en busca de limpiar su imagen después de tanta noche de fiesta y excesos. Qué duro fue despedirme de vosotros.
‘Bear and the City’ – Síguelo desde el capítulo 1
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